Cocinar no resulta tan sencillo como yo creía, cuando de verás me puse a ello comencé a entender lo importante que era ser creativo con los pocos recursos de los que disponía. Al igual que cuando se escribe un relato afilas bien la punta de tu lápiz, coges con sumo cuidado la libreta y frente a una primera hoja en blanco comienzas a escribir; cuando me pongo mi mandil de cocinero busco desde bien temprano en el mercado a los personajes de mi platillo, y os puedo asegurar que no me vale cualquiera. El protagonista de mis obras suele ser el pescado, me gusta fresco y de ojos transparentes. Me deleito viendo al señor que me atiende retirando suavemente con su afilado cuchillo los despojos, separando los lomos frescos de la espina y lavando con agua fría toda su herramienta. Observo con mi mirada curiosa los recovecos de su profesión y aprendo de su experiencia.
Ya frente al fogón comienzo a buscar los personajes secundarios, esos que acompañan y que a la larga dan tan buen sabor a los guisos y también a los relatos. Busco todos los ingredientes que me faltan para completar mi historia, esos los que marcarán la diferencia entre lo común y lo extraordinario.
Con todo ordenado frente a mí, en la mesa o frente al fogón, recorro con mi mente el esquema de mi trabajo, y trato de poner en orden cada uno de los pasos que he de dar para lograr el final que deseo. Aunque pretendo ser organizado y metódico, también me gusta innovar e improvisar en los últimos momentos, intento darle el justo sazón a cada relato.
Cuando tengo armada mi receta me deleito al desarrollarla paso a paso, observando lo que sucede y paladeando los resultados. En la cocina cada platillo exige su técnica y conocimiento del proceso, y a base de intentarlo llegas a conseguir resultados excepcionales.
Le he dedicado muchas horas a la cocina y a los relatos, y aunque a simple vista parece que no tienen mucho que ver, si el producto final deja un buen sabor, la satisfacción que te da el resultado hace que el esfuerzo merezca mucho la pena.
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8 comentarios
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26 abril, 2012 a 10:51 AM
Rocío
Me gustaría poder hacerlo todo en esta vida con esa actitud, me ha gustado mucho que aprendas del pescadero, igual parece un comentario estúpido, pero es que hay que estar muy lúcido para ir aprendiendo por la vida. Aunque nos lo pongan en bandeja, la mayor parte del tiempo lo pasamos aislados del mundo.
27 abril, 2012 a 9:36 AM
Julio Rodríguez Díaz
Que buen comentario Rocío.
Ir por la vida disfrutando cada momento.
Un abrazo.
9 febrero, 2011 a 9:49 AM
Manuel
Hola Julio. Me gusta como has mezclado las letras con las sartenes. Me parece un relato original que deja muy «buen sabor».
9 febrero, 2011 a 6:52 PM
Julio Rodríguez Díaz
Manuel:
Muchas gracias por tu comentario. Me motiva saber que te ha gustado este relato.
Te mando un saludo
17 enero, 2011 a 1:14 PM
Pilar Guerrero
Qué interesante la analogía, también he pensado en algunas cosas así (que si te las digo ahora capaz que no me atreva a escribirlas)
Las comparaciones ayudan nucho a comprender realidades más profundas y a veces desconocidas. Buen relato, me has dado una idea!
Gracias por eso. Que tengas una buena semana!
17 enero, 2011 a 4:02 PM
Julio Rodríguez Díaz
Pilar:
Muchas gracias por tu opinión. Me alegra saber que mis relatos te pueden inspirar nuevas ideas.
Espero leer pronto lo que vas a escribir.
Te mando un saludo.
28 diciembre, 2010 a 6:45 PM
jvillalba
Acertado paralelismo, Julio_
Estoy convencido de que el arte de la cocina requiere paciencia, esmero y dedicación constante. Obcecación; casi lo mismo que el oficio de escritor requiere observación, talento y perseverancia. Por lo que creo, dichas trilogías te asisten.
Un abrazo,
28 diciembre, 2010 a 11:02 PM
Julio Rodríguez Díaz
Javier:
gracias por tu crítica positiva. Me quedo con la idea de obcecación y con la trilogía que mencionas.
No se cómo te desempeñas tú en la cocina. En lo de escribir ya te conozco (soy asiduo a tus publicaciones) y tengo que reconocer que lo saboreo muy a menudo.
Un abrazo
Un abrazo.